La batalla

Todo está en silencio. En lo alto del cielo miríadas de puntos de fuego parpadean como sorprendidos ante el desolador espectáculo que presencian, abajo, en un lugar de la tierra. Hace horas que los instrumentos de muerte manejados y dirigidos por ambos bandos contendientes enmudecieron ante la tregua en el campo de batalla, en el que por doquier se ven bien claras las huellas del paso de la muerte. Hombres, muchos hombres, niños ayer y esperanza dulce en el corazón de una futura madre en el día anterior, yacen inmóviles y frío el corazón por el golpe que dio fin al último capítulo de sus vidas.

En un parapeto, mientras sus compañeros duermen o están de guardia, un legionarios a la escasa luz de las estrellas, lee y contempla:

"una carta y un retrato
de una divina mujer..." (1)

En un movimiento mecánico se llevó la mano derecha a los labios, besando. en sus yemas, a un recuerdo. Sus ojos abiertos miran sin ver. Una paz inmensa invade su espíritu y feliz recuerda...

Su niñez; su padre justo y bueno; una madre que, como todas está mas cerca de Dios que los hombres, pues sufren y aman más; la novia, pura criatura a la que amaba por encima de cualquier equívoco torpe, pues solo despertó en su corazón deseos limpios y nobles.

Y más tarde. Los versículos de la dogmática legionaria y cada una de las estrofas de su himno acariciaban con delicadeza su alma. La espera la convertía en alegría; las contrariedades le fortalecían, y todo aquello que era motivo más que suficiente para que su cuerpo desfalleciese, le daba más fuerza para seguir adelante.

Era un niño con un sueño de amor;
Un hombre que el sufrimiento cada vez le hacía más sensible y bueno;
Un hijo de Dios que amaba la vida porque confiaba en los demás.

La luna estaba muy alta en el cielo cuando nuestro legionario despertó de su ensueño. Pensativamente recorrió con la mirada todo lo que con esta pudo abarcar... y el legionario lloró. El llanto brotó suave, abundante y serenamente de sus ojos. No de protesta ni de dolor perdido, sino más bien como en una manifestación exultante de su alma que teje con plegarias una corona sin nombres ni títulos a tanto héroe desconocido.

Conforme al plan previsto por el Alto Estado Mayor, poco después del amanecer se rompieron las hostilidades. El objetivo era una loma que reverberaba ante los primeros encuentros con el sol naciente. Antes de llegar a ella, trincheras y nidos de ametralladoras miraban con sus ojos de muerte a los que ya estaban preparados para el combate. La distancia se iba acortando. Morían serenos, ni imprecaciones ni quejas.

" Y, al regar con su sangre la tierra ardiente..." (2)

El último suspiro del gigantón de barba negra y alma de niño fue el de "madre", cuya entonación sin duda formó un arco de iris en el cielo.

"...murmuró el legionario con voz doliente..." (3)

- ¡Perdón, Señor.... y las lágrimas del legionario siempre solitario hizo santa una minúscula porción de tierra...

"...por ir a tu lado a verte..." (4)

Y una sonrisa de dulzura inefable borró la mueca de amargura que en vida era la característica más peculiar del legionario que nunca reía...

Las primeras defensas ya iban quedando atrás y al llegar donde estaba el grueso de los defensores de la cota se llegó al cuerpo a cuerpo;

“Cuando más rudo era el fuego
y la pelea más fiera
defendiendo su bandera
el Legionario avanzó,
y sin temor al empuje,
del enemigo exaltado...” (5)

Es nuestro amigo el que lleva la Bandera, se tambalea, una nueve herida le hace caer, la sangre ya empapa su camisa, rasgada por diferentes partos. El Estandarte lo recogió un enemigo y cuando se disponía con rabia a romperlo un disparo detuvo su movimiento y con él los latidos de su corazón. El legionario estaba medio incorporado con su revolver en la mano, recogió el Pendón y con pasos vacilantes emprendió la subida al altozano.

El fragor del combate iba decreciendo y él subiendo. Ya en lo alto se desplomó, hincando en un supremo esfuerzo el mástil en la seca tierra.

Con la mirada puesta en la Bandera, honor de un pueblo, que suavemente el viento hacía ondear, los legionarios supervivientes terminaban una estrofa que en abrazo fraternal se fundía a la que emitía el legionario moribundo:

"...supo morir como un bravo
y la enseña rescató..." (6)


1. Himno “El  novio de la muerte”
2. Himno “El  novio de la muerte”
3. Himno “El  novio de la muerte”
4. Himno “El  novio de la muerte”
5. Himno “El  novio de la muerte”
6. Himno “El  novio de la muerte”

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