Intervención de su sobrina-nieta Rosa en la presentación del libro en Oviedo, el 27 de Noviembre de 2011

Rosa Suárez Martínez, sobrina de Carlos, en la presentación del libroAparte de narrar algún recuerdo, quiero dar las gracias en nombre de los cinco sobrinos de Carlos que están aquí, de Isabelita, que no aparece en el libro, pero que también estuvo al lado de él siempre, de mi madre Rosa, de mi primo Luis y de Agustín.

Para los que hayáis leído el libro, quiero que sepáis que mi tío era un torbellino, toda una personalidad. Siempre estaba de broma, y lo que podía haber sido un drama en una casa normal donde había tantísima gente como la nuestra, él siempre buscaba el chiste, la broma y el pasarlo bien.

Por ejemplo, nosotros, en casa, éramos muchos niños y ya sabéis que cuando hay niños, y hay cosas ricas, como pastas o mil hojas, por ejemplo, pues desaparecían. Como él era una persona muy disciplinada, que ponía unas horas y hacía unas cosas en determinados momentos, lo guardaba y, cuando llegaba a tomarlo, pues no había, nos lo habíamos comido. Entonces mi tío, en vez de reñirnos, salió a la plaza, y en un sitio que no sé cual era, compró unas figuras de un guardia civil y un tigre. La próxima vez que fuimos a la nevera, abrí y vi el mil hojas que tenía encima un tigre y, al lado, un guardia civil y un cartel que ponía:

“NO TOCAR, PROPIEDAD DE TÍO CARLOS”

Éste era mi tío.

He leído en el libro que la gente se sorprendía porque hacía unos Nacimientos muy peculiares. Ponía a Asterix y Obélix, ponía a legionarios, gitanos, guardias civiles, y ponía... también lo que tenía que poner. Y la gente subía a casa y se sorprendía, y si algún incauto le preguntaba: Carlos ¿Por qué hay un legionario aquí en este Nacimiento? decía: chico, porque todos son hijos de Dios. Este era mi tío Carlos.

Y claro, esto muestra lo que os digo de que Carlos siempre estaba de guasa, pero también nos gustaba mucho su cariño. Yo sé que los sobrinos-nietos hemos tendido mucha suerte porque lo hemos disfrutado más. Cuando él se retiró yo tenía diez años. Convivimos yo mi primo Santi, que está aquí, y yo, y teníamos más trato con él los últimos años de su vida. Se volcó aun más en nosotros. Él estaba volcado en casa y, bueno, cuando tenía ganas de jaleo, porque tenía mucho carácter, entonces llegaba antes y buscaba a mi madre, que tenía el mismo carácter que él, los dos reñían y nosotros nos reíamos. Por ejemplo, con su tabaco –él no podía fumar por su problema de bronquios- y encontró, no sabemos donde, un artículo que decía que el tabaco es bueno y estuvo intentando convencernos a todos. Yo era la única que no fumaba, y le decía: tío, que es imposible, el tabaco no es bueno. Es bueno, decía, y el ponche Caballero también.

Bueno, tendría tantas cosas que decir de mi tío Carlos. Mi tía Isabelita, que no aparece aquí, también trabajó con él. Tenía una moto y conducía fatal. Un día la bajaba y no dejaba que le agarraran de la cintura porque tenía cosquillas. Un día dejó a mi tía en el Alto de la Vega y se dio cuenta cuando llegó a la tienda y mi pobre tía tuvo que bajar andando.

Aparte del apostolado que hizo en su labor, tío Carlos en casa no era normal y corriente, porque no lo era: era excepcional.

Por último, el libro cuenta, al principio, que mi tía Antonia dice que mientras los demás tenían cosas el día reyes nosotros sólo teníamos fruta, no es cierto. Ellos tenían unos valores que han llegado hasta nosotros. Somos una “tribu”; uno de los pilares es mi tío Carlos y gracias a él somos como somos.

Muchas gracias