Tibieza

“Lucha contra esa flojedad que te hace perezoso y abandonado en tu vida espiritual. Mira que puede ser el principio de la tibieza... y, en frase de la Escritura, a los tibios los vomitará Dios”. (Camino, 325)

Tranquilizador de conciencia es el pensamiento de que tu inexperiencia, avalada por la generosidad de un día, fue la que creyó interpretar acertadamente la Voluntad de Dios a través del que, teniendo gracia de estado, te hizo saber lo que el Señor esperaba de ti.

El sí, como aceptación sin condiciones del querer de Dios, brotó de tu alma en un canto de acción de gracias por la vocación recibida. ¿Cuál fue, pues, el motivo o sin razones que te condujeron al estado en que tu alma se encuentra ahora?.

Pereza no combatida, juicio crítico consentido, gastos extraordinarios no consultados, medios de formación no vividos, desánimos fomentados. No; nuestras miserias están más patentes en la mente de Dios que en nuestro propio conocimiento y, al llamarnos el Señor a una vocación específica, contaba con ellas como instrumento eficaz. Como instrumento eficaz siempre que la humildad fuese el vehículo que la condujese al altar de la penitencia, único medio sobrenatural con poder para convertir todos los desafueros de la mente o el corazón en perfume de adoración y alabanza.

El mal empezó cuando la malicia de hombre adulto se asentó con consentimiento pleno, en tu corazón, expulsando de tus normas de vida la sencillez y la rectitud de intención.

El mal empezó con tu falta de sinceridad. Ella fue el arma mortal que poco a poco fue eliminando las virtudes a través de las cuales Dios se identificaba contigo, única manera de elevarte a la santidad, ya que ellas fueron el "sí" a tu compromiso de Amor. A medida que tu insinceridad crecía, disminuía tu alegría, tu valentía, tu vibración, tu mirar limpio y sereno. Iban dejando de ser aventura divina tus deseos de superación, de elevación, de conquista.

La grandeza que te impulsaba hacia unas metas de ensueño, se fue convirtiendo en leve recuerdo, que ya nada te decía, en la bajeza de espíritu en que más y más te estabas hundiendo.

A lo largo o a lo corto de tu camino tu­viste encuentros inefables con Dios, que imposible te parecía, entonces, poderlos desligar de tu vida, por muchas circunstancias adversas que se presentasen a tal fin. Y sin embargo, los olvidaste después de pisotear su autenticidad, pues, ¿qué es sino, el volver la espalda con una muestra de disgusto, indiferencia, y desamor, a la sonrisa que en varias ocasiones -en oración, en el silencio de una noche, en el cansancio de una jornada, en el dolor o contradicción, en un acto de amor o de acción de gracias-, te hizo conocer durante unos segundos la mansión de los cielos?

No, no; el mal no penetró en ti a través de una pereza no combatida, un juicio crítico consentido, un gasto no consultado, un medio de formación no vivido, un desaliento fomentado. Estas faltas, y más, si son seguidas por el dolor y rectiud, no son nunca negativas.

La sinceridad y humildad están tan estrechamente unidas, que imposible es no dañar una sin que se resienta la otra. Sin estas dos virtudes, que son el custodio y salvaguardia de los tesoros de nuestra vida interior, ¿a quién son encomendados los valores, tanto los humanos como los eternos?: A la soberbia, pecado capital que es sinónimo de infierno...

Voy a contarte un cuento, un triste cuento. Digo triste porque a los niños no les divierte y a los mayores nos pone muy serios. Nos pone serios por el poco sentido que demostramos tener a veces cuando regateamos o le negamos a Dios lo poco que nos pide, a cambio de tanto como nos está dando...

"Si se le preguntase no sabría decir el cómo, el porqué, ni cuándo fue invitado por la curiosidad de saber, por propia experiencia, cosas de los hombres. Silenciosa y solapadamente, como un ladrón furtivo al acecho de su presa, así fue penetrando en su esencia el ansia de convivir, aunque fuese por breve tiempo, con los mortales.

Hasta que...

En su deseo fue a parar a una porción de tierra cercana a una playa. Su estatura no era superior a la de un adolescente, quedando medio oculta por la alta hierba que se extendía hasta el mismo linde que limitaba con la playa. Hasta donde él estaba llegaban voces, chapoteos y demás ruidos, propios de gente que conversa, se baña o juega.

El ángel -pues éste es nuestro personaje-, pasmado y medio cubierto por la fronda, contemplaba absorto el ir y venir bullicioso de los que disfrutaban los últimos momentos de una soleada tarde de verano.

No osaba moverse, pues su inteligencia superior le apercibía de que en caso de que le descubriesen, lo ordinario en que se desenvolvían sería violentado por lo incoherente de semejante aparición.

El tiempo transcurría, y a medida que esto sucedía, la playa iba quedando desierta. No lejos de donde él permanecía agazapado, había viviendas, fijándose particularmente en una en la que, momentos antes, había penetrado una pareja con un niño. Esperó pacientemente y, después de un rato, -que a él no le pareció ni largo ni corto- volvieron a salir los tres. Esta vez vestidos. Y tomando la dirección opuesta al lugar en el que él estaba oculto, los vio desaparecer. Esperó un poco más. El sol ya se había ocultado y, amparado por las primeras sombras del anochecer, se encaminó y penetró en la casa:

No había nadie.

Nada de lo que veía, a medida que recorría las habitaciones, le interesaba. Él iba en busca de algo concreto, y lo encontró: ropa con qué cubrirse.

Era bajo y delgado y halló prendas sobradamente holgadas para que bajo ellas quedasen ocultas sus alas. Salió a la oscuridad de la noche, cerrada ya. Y caminando, caminando, no tenía noción del tiempo. Caminar, caminar. No miraba al cielo del que había desertado y, en cambio, no perdía detalle de lo que encontraba a su paso por la tierra. No comía, no bebía, no dormía. Un día, a primeras horas de la tarde de un domingo, se detuvo en la plaza de un pueblo. Estaba parcialmente cubierta por hombres, mujeres y niños que, sentados o en pie, escuchaban las notas de instrumentos musicales manejados por profesionales. En un momento de descanso se acercó a ellos y cogiendo en sus manos un instrumento de cuerda, lo hizo vibrar. El no se dio cuenta del silencio que sobrevino a las primeras notas, ni tampoco del inmovilismo total de la muchedumbre a medida que éstas, como acróbatas de ensueño, subían, bajaban, se contorsionaban, se agigantaban y se encogían, fascinando y poniendo en vilo las almas de los oyentes, que jamás habían vivido nada igual...

Cuando terminó no hubo aplausos. Alguien le llevó a su casa, y allí, por vez primera, comió algo, bebió algo, durmió algo.

Siguió caminando. Al atardecer de otro día penetró en una ciudad y se detuvo ante una muchedumbre que escuchaba a un orador que les hablaba de libertad, derechos humanos y los fines del hombre. Y, al igual que la vez anterior, se subió al estrado y les habló de libertad, derechos humanos y fines del hombre... Momentos antes, cuando les hablaba el conferenciante anterior, se entremezclaban aplausos con los silbidos y abucheos. Mientras lo hacía él, se podía cortar el silencio.

En esta intervención fueron varios los asistentes los que le invitaron, no a sus casas, sino a un lugar público donde se celebró un banquete en honor suyo. Allí comió más, bebió más y, más tarde. durmió más.

Siguió caminando, caminando, caminando: pero a diferencia de días anteriores se sentaba a descansar, conversaba de vez en cuando con los que se cruzaban en su camino, y comía y bebía con más periodicidad. Se conmovía con los problemas de los hombres, se ensució con las bajas pasiones de algunos de los hombres, se desilusionó y asqueó ante la maldad, la hipocresía y el engaño de la inmensa mayoría de los hombres.

En diferentes ocasiones, en su continuo deambular, intervino en varias actuaciones, dejando en suspenso a sus oyentes por el dominio que tenía del tema y la exposición del mismo. Pero, a diferencia del principio, deseaba el aplauso y los parabienes. Y, también a diferencia del principio, el sexo femenino lo distinguió del masculino, dejándole perplejo, a la vez que su autodominio se reducía a extremos más limitados...: y esta vez le tocó conocer el miedo, el abismo adonde le conducía su insensatez.

De nuevo me dirijo a ti. Sí, insensatez. ¿Qué otra cosa sino ese alterar los planes de Dios por algo que no es camino, que no es tu camino?. Poco a poco fuiste sumergiéndote en las aguas impuras de tu infidelidad a una vocación específica, en cuyo fondo fatal nunca habrías quedado sepultado si a los primeros síntomas de descomposición de tu vocación hubieses renunciado a seguir en tu insensato caminar. Fuiste elegido entre muchos, y ¿qué hiciste de esa preferencia que precisamente a ti, y sin ningún mérito por tu parte, te situaba entre el número de los elegidos?. La sacrificaste a un espejismo falaz, triste tumba de un desgraciado "non serviam" al Creador...

La sacrificaste a la torpeza de querer salirte de tu sitio, sin medir, y menos prever, las consecuencias que tal determinación habían de traer consigo. Una mera curiosidad, un desvío, una explosión de soberbia, un anhelo sin forma ni sentido, u otras pequeñas cosas más -¿qué importa?- hicieron a tu alma dar un giro de 180 grados, situándola de espaldas a Dios. Pero lo irremediable no estuvo en esto, sino en que, desoyendo la voz de alarma primero, el grito de angustia, después, y el estertor de agonía más tarde, del "bien querido", tenido, ¡tantas veces por ti bendecido!, caminaste, caminaste, caminaste, alejándote cada vez más del Dios, alegría de tu entonces perenne juventud...

Sigamos con el ángel.

Una noche en que se sentía muy cansado, muy desanimado, muy solo, en lugar de entregarse al reposo, salió al campo raso. Por primera vez desde su descenso a la tierra, pensó en que había llegado el momento de volver a su estado anterior, pues el conocimiento adquirido de la realidad, al contacto con las criaturas, no era ni parecida a la idea primera que le impulsó a entrar en contacto con ellas.

La noche era serena y él no lo estaba. En lo alto parpadeaban varias estrellas, aunque él sabía que otras muchas miríadas y algo más, estarían ocultas para siempre al humano saber, pues solo Dios...

Algo horrible asaltó su mente, ¡Dios, Dios. ..¿ Y él?, ¿por qué estaba allí?. Sí. la curiosidad, eso lo recordaba entre brumas;  pero, ¿eso tenía algo que ver con la angustia que le atenazaba?. Veía -mejor, recordaba vagamente, como si hubiesen transcurrido siglos desde aquel día en que vio a los primeros hombres corretear por la arena, acariciada por el leve oleaje- el bienestar supremo del que era poseedor en su condición de espíritu puro. Entonces, ¿por qué?, ¿por qué emprendió una aventura tal, que ahora le desgarraba el corazón y tenía tan triste a su alma?...

Vuelvo a ti

Si, en la noche clara y serena, contemplando las pocas estrellas que tus limitaciones te permiten ver, te das cuenta de que tienes corazón y vísceras y sangre que circula por tus venas. Recuerda, desdichado, recuerda. Ya es tarde, pero recuerda. Cambiaste libremente lo imperecedero por lo transitorio. Diste la espalda a la Visión Beatifica que, como lago sin fondo, en transparencias y tonalidades infinitas, se ve y se vive el misterio que aquí, en la tierra, es conocido por: Santo, Santo, Santo... Si, cambiaste esa Contemplación por las miserias propias de un estado que no era el tuyo, y ahí está tu pecado.

Tu pecado nada tiene que ver con el de la fragilidad humana, pues el código moral por el que somos juzgados los hombres ante el tribunal de Dios, no te presentó culpable ante El Mismo, ya que tu comportamiento entre ellos no transgredió ninguna ley.

Nada en tu corta estancia en la tierra te marcó con el estigma que aísla, más o menos temporalmente, o por siempre, a la criatura de su Creador. Tu pecado fue contra el Orden Maravilloso.

Misterio profundo el de ser elegido para un estado superior; y abismales consecuencias cuando no se es fiel a esa elección divina...

De Dios para abajo es admisible el error y, por virtud de la limitación a que toda criatura está sujeta, lo mismo humana que angélica, el error puede convertirse en trampolín que nos eleve a más altas esferas de intimidad con Dios que antes de haber errado; pero cuando a la tentación la convertimos en camino, con desprecio del plan previsto por Dios, labramos nuestro propio destino, cuyo resultado será un pálido reflejo, una triste y desgraciada parodia, comparado con lo que Dios tenía reservado a nuestra fidelidad...

Volvamos al ángel

Sí ¿por qué tenía tan triste el Alma? Recuerda, recuerda...

Aún después de haber hecho la exhibición musical, al principio de su extravío, tenía absolución su pecado si hubiera dado marcha atrás; pero, no, siguió, siguió alejándose cada vez más. Más todavía. Después de su gran discurso, si hubiese reparado, aunque solo fuese brevemente, en lo mucho de que se estaba desprendiendo, a cambio de satisfacciones sensoriales, contrito hubiese renunciado a tal experiencia; pero no. siguió, siguió...

La destrucción  de su amistad con Dios no tuvo el principio en su atolondrado y pueril deseo de conocer lo que estaba por debajo de su estado privilegiado, sino en el posterior visto bueno de preferir el trato y convivencia con lo que, bueno para otros, para él se convertía en desprecio inconcebible al que le dio opción sobre los demás, para conocer y vivir una inimaginable aventura...

Ya no volverá a conocer el único estado en el que podía ser feliz; lo perdió para siempre. Se rebeló, se enfrentó a Dios al rechazar, después de estar inmerso en él, el camino para el que había sido elegido. ¿Qué importa que la causa haya sido la curiosidad, la soberbia u otras razonadas sinrazones?. Dios se había complacido en él y, él, le defraudó, Ahora no es ni lo uno ni lo otro...

No, no es tarde, volveré...

No había burla en el parpadeo de las estrellas, ni crueldad en el frío, que hacia estremecerse hasta la última fibra de su ser, ni indiferencia en la claridad que dejaba paso a las tinieblas.

...Y quitándose las ropas, dio un impulso, un movimiento hacia arriba en frenesí intento de remontarse a las alturas; pero sólo unos centímetros consiguió elevarse del suelo. Trastornado encaminó la mano derecha a su costado izquierdo; no tenía alas. Vocación perdida, espíritu sin luz, mensajero de bienes raídos por la polilla, ¡qué triste está su alma...!

Y entonces, formando un solo cuerpo con la tierra por la que había desdeñado el cielo, gimió; gimió por la muerte del cielo en su pobre y torturada alma. Lloró al silencio, al  sin sentido, al sin descanso, al sin objeto, todos ellos ahora inseparables en su, más a menos, breve deambular por la tierra. Y sólo. sólo el Orden Maravilloso sabrá si este grito ininterrumpido llegó a Él como oración con opción a la esperanza, o como bramido de desesperación identificado con la desesperanza...

Vuelvo a ti, mi querido amigo:

El Orden Maravilloso vela. Que su Amor vierta en la ceguera de tu alma, el elixir de la esperanza, virtud teologal, haciendo aflorar en ella una sonrisa de acatamiento, que es el principio de un empezar de nuevo y fin de la tristeza que la envolvía...

Firmado:
Carlos Martínez.

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