La noticia

Las primeras horas de la noche se iban extendiendo por la ciudad, en su caminar incesante, hacia las claridades precursoras y aún lejanas de un nuevo día, cuando el silencio fue roto por un lamento. Un lamento que parecía brotar de la noche misma y que, sin ser triste ni alegre, parecía danzar de mil formas distintas en torno a un mundo de lágrimas y risas, de sueños y esperanzas, de muchos encuentros, y de una sola partida sin adiós ni hasta pronto.

Esta sinfonía acariciaba a su paso cual cálida y suave brisa antes de ser absorbida por el tiempo para, en alas del mismo, ir al encuentro de la letra que, acompañada de un retrato, un día recibió el legionario de su amada, como afirmación gozosa, en el tiempo y en la eternidad, de la comunión de dos almas...

"Si un día Dios te llama,
para mí un puesto reclama,
que a buscarte pronto iré."(1)

Esta melodía no es triste ni alegre, como tampoco lo es el canto que el amor de madre, en canción de cuna, arrulla y mece al pequeñín hasta el milagro de sumirlo en el sueño, en compañía de los ángeles.

La música que tan pronto es un murmullo invitando al dulce abandono, como sube de tono hasta parecer la nota estridente de un clarín de guerra, conduce a nuestro espíritu a la sala de una gran mansión sumida en la penumbra, en la que se encuentran tres personas. Una dama de mediana edad se halla sentada ante una mesita en la que destaca un cuadro con una fotografía de un Capitán de La Legión.

Frente a ella, y de pie, un sacerdote de semblante grave le está hablando, con voz suave, a la vez que tiene su mirada puesta en un lugar de la sala donde una joven -casi una niña- está sentada ante un piano. Sus dedos, largos y finos, acarician las teclas del instrumento que, fiel a su misión, convierte en sonido el sentir de un alma. De sus ojos, limpios y serenos como los de un niño, fluyen lágrimas que, como pétalos de rosa, se deslizan por sus mejillas en póstumo homenaje al recuerdo que tan vivo reina en su corazón. Son lágrimas que la belleza de su alma hace resaltar al rendirse esta a la voluntad de Dios cuando pocos momentos antes se enteró por boca del sacerdote...

- Murió como un bravo. Solo pude recoger la sonrisa que afloraba en sus labios. Los que a su lado combatían coinciden en que cuando por última vez cayó, después de clavar la bandera en lo alto de la loma, cantaba:

¡Viva España!, valientes hermanos.
¡Viva España! la Legión inmortal,
que es gran gloria morir por España,
abrazado a sublime ideal.
Con la sangre que vierten sus hijos,
más frondoso el laurel brotará,
del que haremos coronas que España
en sus sienes augustas pondrá,..." (2)

- Gracias, una vez más, por comunicarnos personalmente la muerte del prometido de mi hija. Su padre también fue legionario y murió, siendo ella muy niña en el campo del honor. Largos años ha que espero a reunirme con él; lo mismo le pasará a ella, pues La Legión tiene un Credo, un espíritu que se hace extensivo a los seres que el legionario amó: abriendo una comunicación entre vivos y muertos donde la esperanza en un feliz encuentro fuera del tiempo, hace amable y fecunda la espera.

Muchos hombres de todas las edades, raza y condición social hacen un compromiso de amor al Señor en el mundo y a ninguna madre se le ocurrirá pensar que perdieron a ese hijo, o hija, pues esta legión de cruzados al servicio exclusivo de los hombres por Dios están más cerca de sus corazones que nunca pudieron soñar... Así, el recuerdo de nuestros legionarios ni un solo momento se aparta de nuestro corazón, pues fueron y son parte de una legión de cruzados al servicio de La Patria en compromiso de honor, y estoy segura de que Dios bendecirá esta entrega, aunque sea humana.

- Está en lo cierto, señora. En un orden querido por Dios lo divino y lo humano se tocan. El amor y abnegación de una madre, o de cualquier criatura en el ejercicio de su profesión, cuando tiene por faro la luz del Evangelio y por bien supremo la felicidad de los demás...

No terminó la frase, pues en aquel momento el sonido metálico de un reloj anunciaba una hora avanzada de la madrugada. Con una disculpa y unas palabras de despedida el sacerdote dio por terminada su misión.

La dueña de la casa se encaminó hacia la joven que se habla quedado dormida vencida por el cansancio y la intensidad de su emoción; la trasladó a un diván y después de cubrirla con una prenda de abrigo, apagó las luces. A continuación volvió al lugar que había ocupado anteriormente. El silencio era absoluto, los cuerpos descansaban, no así nuestro espíritu que siguiendo al de la joven dormida, la volvemos a encontrar.


1. Himno “Novio de la muerte”
2. Himno “Tercios heroicos”

volver a escritos