Hijos de Dios, ¡fieles! (Carta a un sacerdote)

Como los hijos buenos de Noé, cubre con la capa de la caridad las miserias
que veas en tu pa­dre, el Sacerdote­.
(Camino, 75)

EMPIEZO EL CAPÍTULO DE HIJOS DE DIOS FIELES CON LETRAS MAYÚSCULAS PORQUE LO ENCABEZAS TÚ, SACERDOTE BUENO, SENCILLO Y GENEROSO.

Tú sabes lo que la oración significa en general para los hombres y en particular para tí, pues eres el puente por el que forzosamente hemos de pasar cuando nos llegue la hora de cruzar la frontera­.

Rezas mucho, pero aún tienes que poner más intensidad en lo que dices al Señor cuando rezas o en los misterios que contemplas. No porque Dios esté descontento de ti, sino porque algunos de los que recibieron las sagradas vestiduras apenas lo hacen. y así suples en parte esta falta de fidelidad.

Ya sé que se debe a que carecen de vida interior. Ten en cuenta que el mal no viene solo, pues con su conducta deforman la autenticidad de los Evangelios. Tú eres como los antiguos defensores de la pureza y unidad de la Iglesia, sin que sea necesario que ostensiblemente lleves en una mano el crucifijo, en la otra la espada y en el corazón impresa la faz dolorosa del Señor. Ahora, ya te dije, la fidelidad se muestra de otra manera, que Dios quiere que vivas y que, incluso de rodillas (última  Cena...), esté dispuesto a pedirte: que ames con toda fuerza, con toda la mente y con todo tu corazón a Su representante en la Tierra, y a todo el contenido de su doctrina, pasado, presente y futuro...

En cada paso que des en esta dirección, la sonrisa del Señor te irá precediendo con la promesa de un nuevo aliento.

¿Verdad que eres feliz? ¿que tu vocación colma con creces la medida de tu corazón? Claro que en ocasiones desfalleces y lloras. No es más el discípulo que el Maestro, pero tú rezas, y este sentimiento tan elocuente que nace de tu servicio a los demás te purifica, purificándoles a ellos de rechazo.

¡Qué poco piensas en ti! Eres pobre en bienes materiales. Pero, en cambio, dispones de una riqueza que no da el mundo y que tú das al mundo: tu intimidad con Dios y los favores con que Éste enjoya tu fidelidad para que tú los repartas a voleo.

Eres Sacerdote; los que no lo somos debemos tener alma sacerdotal: Comunión extraordinaria que da doble gloria a Dios en cuanto tú y nosotros, espalda con espalda, le proporcionamos el mismo fruto, inexistente sin la lealtad, que le sitúan por encima de todas las cosas.
¡Cuán duro, ignorado y poco valorado es tu trabajo por los hombres! Estás dejando la piel en el cumplimiento de tu ministerio y las más de las veces sólo vemos en ti un ente solitario, sin pararnos a considerar que ni estás solo, ni el amor de Dios en ti mata el amor humano, tan parecido al de los niños.

La muerte te hallará en el campo del honor y tu gesta pasará inadvertida, pero no te encontrarás solo, Sacerdote, porque la paz de los compañeros fieles que te precedieron entonará una melodía que cerrará tus ojos. Será ésta el beso de Dios, bienvenida inicial a la vida eterna.

Por mi parte te dedico un canto impreso que a la Virgen agradará, pues es tu novia. Lo atestigua el retrato de tu cartera. Lo tienes ¿no? Y los piropos que sin cesar le envió tu corazón.

«Cuando al fin le recogieron,
 entre su pecho encontraron
 una carta Y Un retrato
 de una divina mujer.
Y aquella carta decía:
 "---Sí Dios un día te llama,
 para mi un puesto reclama
 que a buscarte pronto irá".
Y el último beso que la enviaba
 su postrer despedida le consagraba.
Por ir a tu lado a verte,
mi más leal compañera» (1)

(1) Estrofa del canto legionario.

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