Hijo de Dios

«Aquellos cuadros de Valdés Leal, con tanta carroña distinguida -obispos, calatravos- en viva podredumbre, me parece imposible que no te muevan.
Pero ¿y el gemido del duque de Gandía:
no más servir a señor que se me pueda morir?»
(Camino, 742)

Todas las criaturas, por nuestra naturaleza de hijos de Dios, estamos llamados a secundar los planes que para cada uno de nosotros tiene depositados en su mente desde la eternidad. Todos somos miembros de una misma familia, cobijados por el mismo techo y con las mismas leyes humanas ydivinas que cumplir. Es accesorio lo que nos diferencia a unos de otros, teniendo por común denominador dos principios fundamentales, que revelan nuestra dependencia de algo superior a nuestra libertad o voluntad: El nacimiento y la muerte.

El hombre, por su naturaleza libre e inteligente, obra conforme a los dictados de su razón, en consonancia éstos con la rectitud de intención o el error admitido o ignorado. En el aparecer del tiempo no fue así, pues su condición difería de la presente en que su entendimiento no conocía el odio, ni su corazón el dolor; siendo su mirar limpio y transparente como el de un niño en sus primeros balbuceos. Como consecuencia del mal uso de estos dones, quedó destruido este principio armónico, y, desde entonces, poniendo por faro a la soberbia, la ambición y la degradación física, se hizo fratricida.

Hoy día forman legión los que por malicia, ignorancia, egoísmo o ambiente, no conocen al Señor. Muchas veces esta realidad nos abruma y escandaliza, cegando las fuentes de agua viva que Jesús deposita en el conocimiento que tenemos de El para alimento nuestro, y a la vez, como depositarios, repartirlo a los demás conforme a la medida o generosidad de nuestra entrega.

¡No despreciemos, alejemos o ignoremos a los que se burlan de la Verdad que tratamos de amar, ajustando a ella nuestra vida que, como las de ellos, conocen el calor y el frío, el dolor y la alegría, la espera y la soledad...!

Y si este desconocimiento va más lejos y tratan de mancillarla, atacando y desvirtuando sus valores divinos, no hagamos lo que Juan y Andrés que pidieron al Señor hiciese llover fuego sobre aquellos que no le quisieron recibir: esto es lo más cómodo y, por tanto, lo más desacertado.

-Dura es tu doctrina-, le dijeron un día al Señor; y le abandonaron todos. No todos, pues se quedaron con él unos pocos, no porque no hubiesen comprendido el motivo por el que se alejaron los demás, sino porque humanamente Jesús llenaba sus corazones.

Podía citarte muchos pasajes del Evangelio que hablan de hambre y sed; de lágrimas y compasión; y, resumiendo, la vida del Hijo de Dios hecho hombre, de amor hacia todas las criaturas buenas y malas.

Si esta figura histórica en el tiempo y en la eternidad no es más conocida, amada y respetada, es porque nosotros, los llamados discípulos suyos, no damos testimonio con nuestra vida lo que con los labios siempre estamos dispuestos a demostrar.

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