Primer encuentro con Jesús

¿Te acuerdas?:.. Hacíamos tú y yo nuestra oración, cuando caía la tarde. Cerca se escuchaba el rumor del agua, Y, en la quietud de la ciudad castellana, oíamos también vo­ces distintas que hablaban en cien lenguas, gritándonos angustiosamente que aún no co­nocen a Cristo.
Besaste el Crucifijo, sin recatarte, y le pediste ser apóstol de apóstoles. (Camino, 911)

Eres muy joven aun. Y para tu edad, te crees mayor: pero lo que te da un atractivo especial es que en tu corazón tienes cosas maravillosas. La confianza en Jesús hará de tu vida una continua juventud, en la que se estrellará el tiempo con todo su contenido demoledor. Esa confidencia que un día tuviste con el Señor y durante la cual te dio a conocer cosas tan hermosas, te llenó de un deseo inmenso de participar en esa aventura divina en la que el amor te elevaría a horizontes insospechados. Tu querías decirle algo también. Que eres inconstante por propensión y que esto te turbaba. No te dejó hablar, pues ya te conocía y eso le tenía sin cuidado. ¿Crees que Juan y Andrés eran mejores que tú cuando le siguieron hasta donde vivía y pasaron el día con Él?. No. En el Evangelio, vemos algunas de sus infidelidades y eso que fueron testigos presenciales de portentos que tú y yo conocemos.

En éste tu primer encuentro con Jesús, le prometiste muchas cosas, porque penetraste en Él y en la importancia de lo que significaba ser hijo de Dios fiel. Ese encanto nuevo acunó tu corazón, sumiendo tus pocos o muchos años en algo grande. Algo grande, inspirado por quien tiene poder de convertir las piedras en hijos de Abraham, porque no es más difícil esto que conseguir que reine la paz y concordia entre hombres.

¡Qué ilusión pones en lo que piensas, haces o dices! Tu tiempo libre lo aprovechas al máximo, haces apostolado con tus compañeros, poniendo el alma en lo que expresas y ayudándoles en mil detalles; eres cariñoso y obediente con tu padre y paciente y comprensivo con tus hermanos pequeños: trabajas o estudias como el mejor, preocupándote también por mejorar tu carácter violento o apocado.

Mi experiencia te va a decir algo para que estés prevenido: Ya sabes que, cuando somos pequeños, nuestros padres nos miman y apartan de nosotros todo aquello que nos puede dañar. A medida que nos vamos haciendo mayores, tenemos que ir valiéndonos de nosotros mismos, afrontando situaciones con responsabilidad y espíritu de iniciativa y acción. Nos convertiríamos en seres anormales si a los doce años nos tuvieran que vestir, cantar para que nos durmiéramos, llevarnos los alimentos a la boca, bañarnos y llenarnos de besos cuando algo nos hace llorar.

En la vida interior nos sucede lo mismo. En nuestros primeros pasos -aunque tengamos sesenta años por haber empezado a disfrutar tarde de esta- el Señor nos cuida, - entiéndeme- y mima. A medida que le vamos conociendo mejor - creciendo-, aparentemente se va alejando de nosotros porque es la única forma de que sepamos con nuestro esfuerzo amarlo más: aunque a veces esto exija lágrimas de sangre. Si no fuese así, la Primera contradicción, obstáculo serio o ataque del maligno a nuestra alma o sentidos, nos desfondaría, convirtiéndonos en guiñapos de la vida interior.

Pase lo que pase no permitas que tu corazón se enfríe. Sigue como hasta ahora, pues ese fuego será tu felicidad y la de muchos que todavía no nacieron o les falta poco para morirse.

El Señor te quiere siempre joven: le duele que tus naturales desvíos envejezcan amargamente tu ánimo; tienes toda una vida para conocerle y servirle a través de lo humano. No seas impaciente. Vete al paso que Él te marque, sin preocuparte por las caídas durante el camino recorrido ni, pensar en lo que te falta por recorrer. Te quiere sencillo y consciente del amor que te profesa, ¿Que le disgustamos muchas veces?. Bueno.

Las gamberradas de los niños están al margen del amor que tienen a su padre. ¿O es que porque rompen algo de más o menos valor, o se encaprichan por algo que no les conviene, dejan de querer a su padre? Sabes que no. Nosotros, en relación con nuestro Padre Celestial, estamos en las mismas condiciones. Somos niños y por fragilidad, aturdimiento, o porque somos humanos, también rompemos algo de más o menos importancia que está relacionado con nuestra vida interior ¿Quiere decir esto que dejamos de querer a Dios? No. Y le queremos mucho más después de cometida la falta

No lo olvides: Dios, al querernos tal como somos, quiere también nuestro modo de ser, con los defectos que tenemos. Si no perdemos la presencia de Dios, las faltas no serán muy serias: si a veces el desorden es lo suficientemente grave como para separarnos momentáneamente de Él, tenemos la contrición y la penitencia para desarrugas su ceño.

No te desanimes nunca: es indudable que quieres hacer las cosas siempre bien, pues eres consciente del lugar que ocupas dentro de los planes de Dios como corredentor, al ser elevado a la filiación divina. No estando el mal en la falta cometida, sino en que presto no nos levantamos, siendo ésta la ocasión que el demonio aprovecha para, a través de nuestra imaginación, desazonarnos ante un hecho que no tiene la menor importancia. El demonio fomenta el desánimo: nos susurra que nuestros desasosiegos provienen de que queremos dar a Dios más de lo que nos pide, nos dice que somos tontos al aspirar a una santidad que está reservada para un pequeño número de excepcionales criaturas; total, que perderemos tontamente la vida en querer hacer mejores a los hombres, y que al tiempo saborearemos la amargura de un esfuerzo "perdido"­.

Mira: El Hijo del carpintero tiene dos mil años y está "más fresco que una lechuga" a pesar de que dio hasta la última gota de su sangre. Date cuenta que la fuerza del espíritu da lozanía a nuestro cuerpo, y a nuestras facultades las reviste de un encantados poder perceptivo. Por eso, no te dejes engañar. La tentación no rechazada inmediatamente se sigue de la pérdida de la paz, que invade el espíritu poniéndole frente a las puertas del infierno. En esos momentos es tan real la presencia del demonio en tu estado de ánimo, que antes de continuar en tu monólogo -o diálogo con el diablo- tienes que arrodillarte, y hacer un humilde y fervoroso acto de Fe. Y a empezar de nuevo, con brío, fomentando en ti esos sueños locos de amor.

Pero es que soy inconstante, perezoso. Bueno, pero estas taras de tu cuerpo ya las conoce el Señor mejor que tú, y a pesar de ello lo puso como compañero de tu espíritu ¿Tienes algo que objetar? No trates de anular tu cuerpo. Basta con que orientes  sus energías. Cuando un hombre tiene que amparar a su familia, velar por su reputación o defender su vida, lucha con su cuerpo y, si es preciso, como una fiera, hasta el último aliento. Nuestro Dios no es una quimera. y en sus cosas tenemos que poner el cuerpo y el alma. El mismo empeño con el que salvaguardamos nuestra vida y nuestra honra, si no queremos pasar por descastados, por hombres sin honor, o por cobardes.

¿Ves como la pereza y la inconstancia, cosas que le pasan a los hombres, y no a los ángeles, son precisamente muestra de que tenemos cuerpo, y por eso apasionamiento, fortaleza y también ternura, delicadeza y perseverancia? Se precisa ser muy hombre para vivir conforme a las exigencias de nuestra fe, y tú me dirás, mi pequeño amigo: pero yo soy muy joven todavía, y ¿es que por eso no puedo ser un buen católico?

Mira: la fe se demuestra con obras y éstas están a tu alcance, lo mismo que al mío. Voy a ponente un ejemplo entre tantos:

A ti te gustan mucho los helados, En un momento determinado de un día caluroso, se te apetece uno y vas a comprarlo, pero momentos antes de hacerlo te pones a pensar y dices: "No lo compraré, y esta pequeña mortificación la ofreceré por... (aquello que tú sabes ha de agradar a tu Padre Dios).

Ahora es un hombre hecho y derecho que va a comprar un coche que cuesta trescientas mil pesetas y que le gusta mucho. Antes de hacerlo piensa un poco, y también dice: voy a adquirir otro coche que me guste y cueste menos, 250.000 pts. Dando cincuenta mil para una obra de apostolado.

A los ojos de Dios, ¿crees que esas cincuenta mil pesetas valen más que esas dos pesetas tuyas? Para hacer una cosa y la otra se necesita ser muy hombre. ¿No lo crees?

Llévalo a la oración y verás como, a lo largo de tu día, tienes muchas ocasiones de realizar hombradas que dejarán en papeles a muchos barbudos.

volver a escritos